jueves, 1 de mayo de 2008

Fettuccine



Después de intentos fallidos en la cocina (teppanyaki un día y entomatado al siguiente; ambos mediocres, pero el segundo mucho peor), tuve que mantenerme a bisteces, sandwiches y demás cosas sencillas.

Hoy que tuve el día entero disponible para mi casa, tenía que aprovecharlo para desarrollar mis habilidades gastrósofas, entre otras tareas de mi nueva vida. Ayer había ido de compras y me traje un paquete que decía 'fettuccine' en la caja aunque siempre los he conocido como tallarines.

Desperté a la una, tomé leche chocolatada con galletas. Agrupé ropa sucia, separé la blanca y la eché a la lavadora. Decidí hacer la pasta, pero no se me ocurría cómo. No me soltaba la preocupación por saber si me quedaría bien o fallaría miserablemente de nuevo.

En el refri encontré brócoli y me emocioné, sentí la creatividad trabajando. Lo iba a poner a hervir inmediatamente pero... chin... trastes sucios. Me pareció inmoral empezar a cocinar con el fregadero lleno de trastes sucios. Una vez en la tarea, no me parecieron tantos, acabé pronto y pude poner el brócoli a hervir.

Seguí con la pasta. El paquete traía mucha y sólo arrojé 3/5 partes a agua con un chorrito de aceite de oliva a punto de hervir. Abrí el gabinete de las hierbas, olí una en un frasco y eché unas hojitas.

Fue hora de regresar al refri a ver qué podía servirme. Me había abastecido bien al ir de compras: tomé champiñones, jamón, un botecito de media crema, mantequilla (quedaba como 1/3 de la barra), y cebolla, por supuesto.

Saqué el brócoli del agua cuando consideré que era suficiente castigo y lo puse al lado de lo demás que estaba picando. Los hongos en rebanadas, la cebolla en cubitos, el jamón en tiras.

La pasta la dejé mucho rato, hasta que me convenció su textura. No confié en la caja que decía 10 a 15 mins. La levanté de la estufa y colé usando un casco con hoyitos. Me sentí poderoso al tener la pasta escurriéndose en ese traste.

En la misma... ¿cacerola? en que se coció la pasta, después de una enjuagada, agregué un poco de mantequilla. Me quedé ido viendo cómo se derretía y hasta que estaba todo líquido agregué la cebolla. Debo investigar el verbo para eso. Moví y calculé que faltaba más mantequilla, así que arrojé el resto sin dudarlo. El olor era poderoso, pero sentí que algo faltaba y pelé un ajo rápidamente (por fin!) para que le hiciera compañía a la cebolla. Seguí moviendo con una palita de madera inmortal, la cual junto a un cuchillo legendario despreciado por su dueña, forman el dueto de mis utensilios favoritos.

La cebolla cambió de color a un amarillo oscuro brillante, y por fin pude agregar lo demás que esperaba irregularmente picado. Se me había olvidado sacar el ajo antes, pero en seguida lo encontré entre todo lo demás. Eché sal. Moví integrando todo en la mantequilla que quedaba y en eso el brócoli perdió su integridad física y sólo se veían puntitos verdes. Los tallos que quedaron no tenían sentido ahí así que los removí. Ahora sé que si quiero comer los pedacitos de brócoli enteros, los debo servir aparte o integrarlos al final. Seguí revolviendo.

Vertí unos chorros de media crema cuando volteé a ver si me faltba algo. Revolví más.

Al final eché la pasta que seguía reposando en el casco con hoyitos y revolví todo bien. Eché un poco más de crema y sal y algo de pimienta en polvo o algo que olía similar (no existen etiquetas en la cocina de mi casa). Seguí moviendo un rato más.

Llegó el momento de servirme, probé mi obra y me sorprendí enormemente. Delicioso. Todavía me parece increíble que me haya quedado tan bien.