Discutíamos. La caminata recreativa alrededor de unos lagos por su casa se había convertido en otra muestra más de disfuncionalidad en las relaciones humanas. Ya no recuerdo ni el motivo ni qué tan grave fue el intercambio. Seguramente celos de mi parte, seguramente actitud nefasta de la suya, y seguramente por ello sólo obtuvo de mí respuestas más dañinas.
Nos gusta mucho caminar, pero en algún lugar entre lagos decidimos continuar sentados nuestro perverso intercambio. Ese lugar permanece muy agradable en mi mente: era una plataforma circular tipo islote de piedra, muy húmedo, con sectores mohosos y en toda la circunferencia se podía uno sentar. Había varios árboles altos delgados de hoja grande -mucha de ella en el piso-. El clima fresco y nublado. Demasiado bello el espacio como para que una pareja hiciera escenitas ahí.
Llegó en la discusión un momento de pausas indeseables que acostumbraba ella cuando no lograba asimilar lo recibido. En ese entonces yo era tolerante, así que esperé y con la paciencia aplicada y el ambiente a mi alrededor de marco, se logró formar calma en mi mente. A ella supongo que también le sirvió la pausa y dejó de argumentar contra mis boberías. Volvió la razón.
Ya los dos tranquilos consigo mismos, y rodeados de armonía natural -agua, tierra, árboles, aves, viento fresco, nubes-, nos levantamos para colocamos en una orilla y volver a disfrutar el estar junto al otro en ese lugar y momento.
Decidimos estar más que juntos y tomamos nuestras manos con todo y sonrisa que obligadamente se muestra al cruzar mirada. Perderme en esos ojos y admirar cada estado encantador que toman durante el proceso de la sonrisa: mi adicción. El pestañeo consiguiente es el cierre perfecto para tal delicia.
El paso a dar a continuación era incontenible. Ya totalmente sublevado por la dicha de ese gesto tan poderoso, abrazar la fuente de esa grata sensación era lo que me urgía. Lo hice y me correspondió. Bello. Ojos cerrados, brazos alrededor del otro, manos apretando con cadencia, su cara sumergida en mí, su cabello volando cosquilleante en mi mejilla, calor compartido. Algo me distrajo de todo eso.
-¿Oyes?
-¿Eh?
Un estruendo de algo caía estrepitosamente a lo lejos. Volteamos hacia su origen, sin dejar de envolvernos.
-Viene hacia aquí.
Lo vimos y era lluvia violenta sobre los árboles. Nos impresionó ver su paso por éstos, pero la imagen que almaceno con más asombro fue su choque con el agua del lago. Esta lluvia no empezó con unas gotitas previas, sino a full desde inicio, así que a medida que avanzaba, se dibujaba una línea delimitando el agua quieta de la que ya había sido alborotada por la precipitada. Un espectáculo único que admiramos fundidos en el cuerpo del otro.
Seguimos admirando el paso del agua por el lago y poco nos preocupaba que llegara el torrente a empaparnos. De hecho, esperábamos con gusto participar en dicha manifestación natural. Llegó el momento... y justo antes de que el agua nos cubriera por igual, celosos hasta el fin, fundimos alientos...